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Vie, Abr

La bruja cirujana

Miguel Arturo Seminario Ojeda
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ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. Me contaron que en Querecotillo había buenas brujas, en otro tiempo, porque las de ahora son malas, no se adivinan la suerte ni ellas mismas. Pero brujas, quien sabe, lo cierto es que a una señora que almidonaba sus fustanes de manera exagerada, y que cuando caminaba sonaba con cierta potencia, la señalaban de bruja cuando andaba por las noches, sobre todo, los martes y viernes.

En una oportunidad mucha gente llegaba a Sullana preguntando por donde se iba a Querecotillo, como se llegaba hasta donde había una bruja que por ser tan mala, con sus maleficios le templaba la cara a la gente cuando la insultaban, imagínese usted lector, caminar con la cara templada, como si le hubiesen puesto goma arábiga, o de esas gomas de bola que había que remojar en agua para que se ablande, que feo debió ser, la piel se sentía cuarteada, y nadie se habría querido someter a esto.

La bruja tenía atemorizado al pueblo, para que los palomillas no la insulten, les iba a templar la cara, hasta dejárselas como honda, bien templada, lista para cazar lagartijas, o como elásticos templadores de ropa interior, lo cierto es que nadie intuyó, que otras personas, sobre todo mujeres lo iban a interpretar de otra manera, claro, de inmediato relacionaron que la bruja “templaba el pellejo”, y de una brujería mala, se pasaría a una brujería benevolente.

Venían mujeres de Talara, de Piura, Sechura, Tambogrande, Las Lomas, Paita, y aún de las lejanas Ayabaca y Huancabamba, todas tenían algo en común, ser mujeres, y con arrugas ensombreciéndoles las caras, quienes al enterarse que la bruja templaba las caras, le pagarían por dejarlas mejor que los cirujanos.
A la bruja le habrá sorprendido su éxito no premeditado, quien sabe que menjurjes les preparó, pero la gente salía muy contenta, lo cierto es que muchas de las desarrugadas, volvieron a casarse, a emparejarse o cosa parecida, cuando los surcos que les ganaban la cara empezaron a desaparecer.

La receta de las yerbas se quedó en manos de algunas, que hasta hoy, pese a los años, sus descendientes están con las caras bien templadas sin ayuda de cirujanos, casi bien tersas de la piel, como si el sol no las maltratara, lucen como pétalos esplendorosos, como flores recién abiertas en el jardín. Cuando la bruja se murió, no tenía una sola arruguita en todo el cuerpo. Lo que no reveló, fue, en que remojaba las hojas, porque las aplicaba ya listas sobre la piel de las ansiosas de no envejecer.

Hasta hoy muchas y muchos buscan el secreto, pero muy tarde, si la bruja lo revelaba, de inmediato se habría convertido en una pasa gigantesca. Creo que si se abre su tumba, aparecerá fresca, lozana, en medio del hoy patrimonializado cementerio de Querecotillo; Un grupo de querecotillanas están tentadas de abrir la tumba, a ver si encuentran la receta dentro del ataúd, pero muy tarde, ya lo robaron y me lo vendieron, y yo no lo revendo, se lo regalaré a la Historia; hay que saber envejecer con dignidad, aceptando el paso del tiempo.

 

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