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Mié, Abr

Si grandes son sus culpas

Nelson Peñaherrera
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ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Debido a la fiesta del Señor Cautivo de Ayabaca, para este año se nos había ocurrido una idea de fotoperiodismo ciudadano; es decir, un integrante de una hermandad documentando la ruta en imágenes desde su smartphone, y compartiéndolas mediante las redes sociales, pensando principalmente en la audiencia internacional.

. En medio de la   inteligencia, la negociación y la explicación de ciertas normas de estilo, terminamos encontrándo una historia de pugna antes que de ‘projimidad’ o de ‘amistad social’.

Digamos que el primer nivel de fricciones se da en las hermandades. Lo creas o no, resulta que hay una relación de ‘reconocidas’ y ‘no reconocidas’. Las primeras tienen una suerte de acceso VIP a todo lo que constituye la celebración; las segundas están casi al nivel de excomulgadas.

Las ‘reconocidas’, por ejemplo, tienen el ‘privilegio’ de ingresar al templo bajo un orden previamente coordinado (lo que me parece lógico, teniendo en cuenta la tugurización de Ayabaca por estas fechas), pero en el que, por descarte, las ‘no reconocidas’ no figuran; por lo tanto, estas segundas entran como pueden y cuando quieren.

¿Y qué hay de los fieles no alineados, y peor de los turistas? Pues que hagan su cola como cualquier hijo de vecino.

Aunque no hay cálculos oficiales –de hecho, nunca los hubo-, tengo la impresión de que éste es el grueso de quienes asisten a Ayabaca, y mayoría debería mandar, ¿o no?

Sin embargo no es el único nivel de pugnas. Durante la preproducción del proyecto que les contaba arriba también nos enteramos que así como hay sacerdotes que alientan la peregrinación, hay uno que otro que casi casi la ha estado boicoteando. De hecho, hubo uno en Piura que desautorizó a un empleado parroquial integrarse a una caravana, a pesar que ya se había concertado el tema con antelación. ¿Razones? Según los fieles, envidia.

No es la única controversia que enfrenta la festividad. Recordemos la acusación tirada de los pelos que hace un par de años se hizo contra la Diócesis de Chulucanas, jurisdicción eclesiástica a la que pertenece Ayabaca, de haberse embolsado alrededor de un millón de dólares por concepto de limosnas y ofrendas en un lapso de casi cuatro décadas.

La historia sonaba coherente hasta que revisamos las cifras y descubrimos dos cosas: que las cuentas eran estimados en soles y dólares sin considerar la devaluación de ambas monedas, y que la acusación nació de un grupo de hermanos expectorados que se aprovechó de una asociación juvenil que se desvaneció tras el escándalo.

Tampoco está bien contado el caso de las joyas robadas a la imagen por alguien que parecía conocer milimétricamente el templo de Ayabaca.

No pretendo minimizar la fe ni faltar el respeto al Señor Cautivo, Dios al fin y al cabo, pues en todo caso Él es la victima de los dimes, diretes, envidia y actos delictivos. Lo que trato aquí es de llamar la atención sobre la conducta humana que se trae abajo la segunda parte del mayor mandamiento del catolicismo: “… amar al prójimo como a mí mismo”. Amén.

(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @nelsonsullana)

 

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