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Mié, Abr

“A como dé lugar”: ¿evasión adolescente o comunidad ausente?

Nelson Peñaherrera
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ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Mallaritos solía ser una comunidad tranquila, como la mayoría de las de su tipo a lo largo del valle del Chira, hasta que, a decir de algunos vecinos, la extorsión y los asaltos comenzaron a hacerse más comunes; pero lo que sorprende de primera mano es que quienes asaltan y extorsionan pudieran ser adolescentes entre 14 a 16 años de edad, a quienes también se les señala como consumidores de drogas duras.

Penosamente lamento informar que no es un caso exclusivo de Mallaritos; parece reproducirse en otras comunidades rurales a lo largo del valle, como Samán o Santa Sofía. También pasa en otras del departamento, como Tambogrande.

¿Cómo concebimos que un adolescente en zona rural termine convirtiéndose en drogadicto y delincuente, una realidad que pensábamos más urbana? Desde que los seres humanos somos esencialmente iguales en todas partes, podríamos dar una explicación preliminar muy generalista para entender lo que pasa: cuando nuestros niveles de insatisfacción son altos y la influencia positiva de los referentes que nos forman es mínima, la posibilidad de buscar vehículos para evadir lo que nos frustra se dispara.

Comenzamos descubriendo que el alcohol nos permite evadir, y cuando no es suficiente probamos algo ‘más fuerte’. Lo que no se mide –bueno, drogado quién se mide- es que evadirse tiene un costo, el que debe asumirse a como dé lugar. Y ahí está la madre del cordero: “a como dé lugar”.

Cuando no es posible generar propios recursos mediante un empleo más o menos formal, como alguien me contó en Samán, la opción que tienes es delinquir. Si tienes una comunidad fragmentada, indiferente, incapaz de hacerse cargo de sus actos, tienes el campo fértil perfecto para crear tu propio feudo donde la templanza vale nada.

Sí. Mallaritos está bajo control de estos adolescentes, y nadie parece tener soluciones, o tiene soluciones que son peores que la enfermedad.

Las autoridades no pueden hacer mucho porque estos infractores son legalmente inimputables al ser menores de edad y se requiere una intervención especializada que los regrese al carril de forma convincente y duradera. Y eso toma tiempo.

La comunidad por su parte está alistando algo así como fuerzas de choque, que en resumen consiste en resolver la violencia con más violencia (léase linchamientos, o por lo menos al estilo Batman y Robin de los setentas).

Pero en medio de la crispación, lo que poca gente parece haber pensado es qué ha llevado a estos adolescentes para actuar como actúan, y a cuenta de qué actúan como actúan.

Primero definamos cuáles son nuestras variables en este caso: adolescente – droga – dinero. No las perdamos de vista.

Uno de nuestros productores nos contaba con mucha satisfacción que hay jóvenes que usan el rap para hacer denuncia social. Se suben a los buses Piura-Sullana y hablan de todo un poco. Eso se llama arte. Claro que algún o alguna purista discrepará conmigo, pero déjeme recordarle que incluso las manifestaciones artísticas que hoy son orgullo nacional nunca tuvieron una cuna glamorosa. Sigamos.

El arte permite canalizar esos sentimientos que se anidan en lo profundo del ser humano para ser expuestos (si no, dejan de ser arte) y generar una reacción tan racional como emotiva en otros seres humanos. ¿Qué pasa si reprimimos esa posibilidad de expresar mediante el arte? Primero, generamos frustración; luego, molestia; finalmente, violencia.

Y así como el arte se canaliza de algún modo, la violencia también lo hace.

En el caso de Mallaritos y las otras comunidades del valle del Chira, ¿se está reprimiendo lo que los adolescentes quieren decir, que han hallado en la violencia una forma de llamar la atención de sus semejantes? En todo caso, ¿qué les falta que prefieren actuar así? ¿Buenos ejemplos? ¿Una correcta valoración? ¿Una comunidad que acoja y respete, antes que parametre con perspectiva de prejuicio? ¿Un esquema donde todo se compra, se vende y tener de todo es el fin último de la vida?

Aquí es donde entran las drogas, que esencialmente son mercancía, y a mi juicio parecen ser la consecuencia, no la causa. Lo que pasa es que si te drogas, querrás dinero para seguirte drogando, y lo conseguirás “a como dé lugar” para seguirte drogando, lo que te demandará buscar más dinero… en fin, las drogas, en todo caso, ayudan a acelerar el ingreso al círculo vicioso y evitar que se rompa.

Pero, recuerda, es una mercancía, y como tal, genera un lucro a alguien (o ‘álguienes’) a quien le conviene que la fragmentación y el prejuicio de una comunidad se mantenga para tener ese campo fértil donde el asalto y la extorsión son la manifestación, no la causa (insisto), de todo el esquema.

La pregunta lógica es: ¿Quiénes son los pescadores que ya encontraron el río revuelto?

Quiero ensayar una teoría que me hará más impopular de lo que soy pero que podría explicar qué pasa: una comunidad separada e indiferente forma personas inseguras y frustradas a las que le dará lo mismo vivir o morir, por lo tanto solo el camino es evadir con lo que se tenga a mano; y si para eso tengo que decidir sobre la vida del resto, me da exactamente lo mismo, pues nadie me ha dado una razón para respetar y defender, excepto el dinero.

En consecuencia, la comunidad es ahora víctima de su propia dejadez como comunidad, y encima considera la violencia para resolver la violencia que ella misma alimentó.

Solucionar el lío pasa por romper ese círculo en el que los adolescentes solitos no son todo el problema, sino que lo es todo el tejido social. Cuando una comunidad se reconoce como enferma, pasa lo mismo que con el drogadicto que reconoce que está mal: puede curarse.

(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @nelsonsullana)

 

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