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Sáb, Abr

Cuando el #25N brota en tu entorno personal

Nelson Peñaherrera
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ERP. Nelson Peñaherrera Castillo. El fin de semana pasado me llamó la atención el estado de un amigo en Facebook, quien además considero mi mentor en temas antidiscriminación: una amiga suya había publicado una foto junto a un sujeto, quien presuntamente es un agresor consumado hacia sus subordinados y hacia las mujeres; y lo que alarmó a mi amigo fue el pie de foto de su amiga ensalzando al sujeto. Evidentemente, mi amigo estaba tan desconcertado que no dudó en pedir consejo a quienes lo seguimos.

Antes que lances esa restregada de que 'en casa de herrero, cuchillo de palo', me gustaría recordarte que por más nos capacitemos, por más que meditemos, por más que tengamos claro el panorama sobre cómo actuar ante una conducta discriminatoria, suele pasar que cuando el tema nos toca una fibra muy personal, podríamos tener esos lapsos de aparente disonancia cognitiva en los que la decisión inteligente no es esperar la iluminación súbita, sino reconocer que el tema nos ha desbordado y pedir ayuda. O sea,la reacción de mi amigo fue correcta.

Digo, y no es que me niegue a poner la otra mejilla, pero si los médicos nos insisten que cuidemos la dieta y hagamos ejercicio, ¿cómo es que no hay médicos poblando los gimnasios o las plataformas deportivas? Conclusión: Necesitan un... ¡médico! Sigamos.

Dentro del desconcierto de mi amigo, tuvo la lucidez de indicar que existe cierta característica en la personalidad de los agresores: son los tipos más simpáticos, atractivos, quizás empáticos con las mujeres; y cuando ellas creen se ha ghanado el grado máximo de confianza, ¡zas!, se desencadena la reacción violenta.

Claro que también existen los que por donde los mires son la violencia andando en dos piernas (¿de futbolista?), pero desde el punto de vista de ciertas mujeres se trata de prejuicios, percepciones envidiosas, exageraciones, las que incluso persisten a pesar que el acto violento se haya concretado. Y cuando esa fascinación no se aísla, si no es perniciosa, puede ser letal (insisto: ¿alguien dijo futbolista?), porque recuerda que la violencia no solo se expresa en golpes o gritos; también la inacción es violencia (ahí lo dejo... ¿futbolista?).

Y ése es el contexto de la pregunta de mi amigo: ¿qué hacer cuando tu amiga está encandilada con ese sujeto que sabes es un agresor?

Obviamente, tus dos alternativas son esperar a que ella se dé cuenta tarde o temprano, o actuar proactivamente.

Si optas por lo primero, aparentemente te ahorras un problema... ¿En serio?

¿Qué pasaría si ese sujeto llegara a violentar a tu amiga de alguna forma? Si tu conciencia es saludable, mínimo que vas a sentir culpa por aquello que pudiste hacer en su momento y te negaste a hacerlo; si te da igual, disculpa, pero el agresor no tiene nada que envidiarte.

Si optas por lo segundo, de hecho que te vas a ganar un enemigo, si es que ya no te lo ganaste de antemano, pero piensa por un momento en que esa amiga puede ser la mujer que más amas; al margen del rol que ella tenga en tu vida, ubiquémonos en términos de energía y vivencia. Si te es posible entrar en los zapatos de tu amiga, pregúntate si tolerarías que alguien te violente de alguna forma. Si tu respuesta es No, sigue leyendo; si es Sí, busca ayuda profesional con urgencia. Prosigamos.

Ah, un detalle: si optas por intervenir, quítate de la cabeza esa idea de que tu amiga es débil porque no lo es; simplemente considera que no está interpretando la realidad en forma correcta, lo que para nada tiene que ver con fortaleza ni debilidad, sino con objetividad.

Paso 1: Reúnete con tu amiga personalmente, no le sueltes el dato por redes sociales. Es mejor que transparentemente ambos noten sus reacciones, sus gestos, tengan la posibilidad de repreguntarse mucho más espontáneamente, manejen sus silencios, en fin, desplieguen todo el lenguaje verbal y no verbal que el momento genere y lo agoten hasta salir de dudas o, por lo menos, dejar las cosas al descubierto. Recuerda actuar con tranquilidad, firmeza y sinceridad sobre todo

Paso 2: Dale tiempo a tu amiga para que procese sus propias reacciones. De primera instancia no la juzgues y recuerda que podría entrar en algo parecido a un duelo, si es que realmente no termina haciendo uno completo con cada una de sus etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Y como una vez nos lo aconsejó una sabia amiga (Mónica Sánchez, para más señas), lo peor que puede hacer una persona es forzar sus etapas de duelo, del mismo modo que quien le acompaña. Simplemente deja que transcurra por cada una de ellas, pero no te olvides de indicar que siempre estarás allí por si hagas falta, y realmente entra en modo expectante evitando a toda costa pasar a modo interviniente. Y si opta por no reaccionar, igual: es su decisión y no puedes hacer nada más que acompañar y esperar.

Paso 3: El amor no resuelve la violencia, pero sí contribuye a su combate. Ojo que salvar a la persona no significa sobreprotegerla o hiperacariciarla; en realidad, se trata de actuar con afecto y empatía, dándole todas las alternativas positivas que podría tomar para solucionar el problema. Esto quiere decir que, si bien tú has asumido una fuerte responsabilidad al dar la voz de alerta, corresponde a la persona afectada hacerse responsable de su propio proceso de solución/curación: la dependencia de cualquier tipo no se cura con hiperdependencia del tipo opuesto sino con independencia (algo que enroncha a quienes dicen que apoyo la ideología de género). entonces cuando alguien toma el control de sus procesos, se fortalece, crea defensas y ya tiene aprendizajes nuevos para reaccionar asertivamente cuando se enfrente a la misma situación en el futuro.

Paso 4: Aunque seas experto antidiscriminación, no temas sugerir ayuda profesional donde corresponda. Una cosa que tengo clara es que una víctima predispuesta a episodios de violencia podría tener ciertas vulnerabilidades en su salud mental (depresión crónica, bajo autoestima, personalidad limítrofe, etc), y, adibina qué: existen especialistas en esos temas que podrían aplicar las terapias o tratamientos pertinentes para que la víctima potencial o real haga su propio proceso y lo supere. Incluso si tú eres especialista, requerirás tener clarísima la separación entre el amigo, el activista y el profesional. En mi experiencia personal, yo no tengo ningún cuajo en recomendarle a la persona que busque ayuda profesional o médica cuanto antes sea posible. Claro que me dicen la zamba canuta la mayor parte de veces (que para mí es un indicador de cuán grave es el caso), pero reconozco que por más empoderado que esté con el asunto, hay gente que tiene la competencia específica para hacer lo que tiene que hacer. ¿Cual es mi posición, entonces? Revisa el paso 3.

Paso 4.1: si el episodio de violencia ya se hizo efectivo, convence a la víctima o que llame al número 100 desde su fijo o celular, o que vaya a la comisaría, Fiscalía de Prevención del Delito o Centro de emergencia Mujer más cercanos. Si no se anima, llama al 100 sin dudarlo.

Paso 5: Si ella decide hablarlo en voz alta, no la censures. Pasa cuando tenemos cualquier condición como la descrita a lo largo de todo este texto que, cuando lo superamos, parece que hemos despertado de un raro sueño o una pesadilla real, y nuestro nivel de alerta sube tanto que nos sensibilizamos al punto que detectamos casos potenciales o reales a los cinco segundos de que la persona habla o en la primera línea que escribe. La reacción supera la inercia: ponemos sobreaviso a la persona usando la propia experiencia como ejemplo. Si eso le pasa a tu amiga, déjala ser, no le salgas con éso de qué-dirá-la-gente. En realidad, lo mejor que se puede hacer con la violencia es ponerla al descubierto mediante la verbalización. Te garantizo que es una catarsis saludable.

¿Y qué te parece? No solo salvamos vidas marchando; cuando nos toca nuestros espacios más próximos, también tenemos una oportunidad dorada para ser los héroes del cuento... aunque nadie termine enterándose.

(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @NelsonSullana)

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