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Mar, Abr

Añoranza de "El Niño"

Miguel Arturo Seminario Ojeda
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ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. En setiembre de 1983, las personas no dejaban de conversar sobre el fenómeno El Niño, y todo el impacto que les había causado esta experiencia, eran momentos inolvidables que los iban a recordar para siempre. La primera semana del mes mencionado, fui a visitar a mi tío Otoniel Ojeda Morales a Suyo, el campo estaba verde, como nunca en tantos años, era como si la tierra hubiese absorbido una humedad para 10 años, y cualquier semilla que cayera sobre ella germinara a velocidad increíble; los ceibos sintetizaban la alegría de la naturaleza, nuestro desierto castigado por la sequía, se alborozaba cuando el agua lo humedecía, pero esta vez quedó mojado a raudales.

Tome una camioneta descubierta que iba hasta La Tina, la carretera no estaba como hoy, solo había asfalto hasta el desvío a Cruceta, a unos kilómetros de Tambogrande, y el viejo camino seguía un trazo que quizá era milenario, y se había mantenido por los siglos de los siglos. Ya no había góndolas, ni siquiera aparecían las desconocidas combis y custer por Piura y Sullana, ciudades que quedaron devastadas por este fenómeno inusual, y en las que aparecieron personajes que fueron registrados por la historia regional, como el caso de don Fernando Bel Houghton, quien con gran solidaridad, apoyó a la gestión municipal de ese momento, con maquinarias para evitar mayores deterioros a la ciudad, de esa manera, los sullaneros, sobre todo los menos favorecidos económicamente, vieron aliviados sus temores del fantasma de destrucción que traía El Niño. Esta gran solidaridad fue decisiva, para que cuando en noviembre de ese año, don Fernando Bel postulara a la alcaldía de Sullana, una gran masa votara por él, y lo respaldara en un segundo periodo municipal de 1984 a 1986.

En el viaje me tocó como compañeros de cabina, entre otros, un dueño de gallos que iba hasta Loja a la feria de setiembre, a las riñas que se organizan allá, donde los plumíferos son parte del atractivo principal; también iba un charlatán, un vendedor de chupetes, y un evangélico. La conversación de los pasajeros giró en gran parte sobre las lluvias diluviales de hacía unos meses, una señora me miró fijamente, quizá al ver que yo no participaba en la conversación, pero era porque quería recoger la información sin perderme un detalle, por lo menos hasta llegar a Suyo, y apreciar, cómo cada piurano había registrado lo vivido en su experiencia particular, la señora exclamó: “señor, no le parece que esto queda para la Historia, que cuando alguien escriba sobre esto tendrá que decir lo que hemos vivido”, sí, agregó otra mujer que estaba a su costado. No me atreví a decirles que yo caminaba de la mano con la Historia, pero si les dije, tengan la seguridad, de que esto quedará para siempre en la memoria de los piuranos, porque la experiencia de ustedes es la de muchas personas.

Y así continuamos viajando, mientras advertía el deseo del charlatán por hablar, necesitaba de un público que escuchara sus ocurrencias, no era piurano, no había estado en las lluvias, lo que le interesaba era llegar a Loja para “trabajar” en lo suyo, pero el evangélico le ganó la palabra, empezó a predicar, relacionando lo acontecido con citas del evangelio de San Mateo, capítulo 24, y la gente absorta ponía una cara de arrepentimiento, relacionaban lo sucedido acaso con un castigo, el predicador se convirtió en el centro de la conversación, y el charlatán seguía desesperado por hablar, estaba esperando la oportunidad para interrumpirlo, y como no la encontró, eligió una estrategia para callarlo, pues sin darle tiempo a replicar, de pronto exclamó señalando los evangelios impresos que el predicador tenía en la mano: “esa Biblia está equivocada, o usted no sabe que Lutero se la robó al Papa, la tradujo como quiso, y luego la imprimieron como él dijo, y así la siguen vendiendo hasta hoy, y usted dice lo que no es”. Eso silenció al pastor, por lo menos hasta que llegué a Suyo.

El charlatán parecía un mago de la palabra, los oyentes, incluyéndome, estábamos absortos con la conversación, yo seguía mudo registrando lo que vivíamos, para mí era un deleite oír hablar a casi todos, menos al arrinconado evangélico que quien sabe que dudas empezó a tener por culpa del charlatán. También aprendí que el vendedor de chupetes, finalmente los tiraba a la quebrada, porque hacía un poco de frío, y según el charlatán, en un tiempo en que “a la gente se le tiritaban los cachetes por el frío”, todo era una estrategia para regresar con un televisor a colores en el corcho de los helados, no hacía mucho que se vendían estas pantallas en el Perú, y en el Ecuador resultaban más baratas, y esto aceleraba las estrategias de los contrabandistas.

Así fue, visité a mi tío Otoniel, le conté lo sucedido, y me narró su propia experiencia con “El Niño”. Poco después regresé a Sullana y a Lima, cargado de la información que sintetizo y comparto con ustedes estimados lectores, que si ya tenían uso de razón el 83, seguro tendrán mucho para contarnos de esa inolvidable ocasión, que hasta hoy es motivo de inagotable diálogo.

Miguel Arturo Seminario Ojeda/Presidente Honorario de la Asociación Cultural Tallán.

 

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