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Sáb, Abr

Mis escrúpulos aún me mantienen sano (y vivo)

Nelson Peñaherrera
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ERP. Pareciera el inicio de la tan mentada tercera ola que el ministro de Salud, Hernando Cevallos, estuvo conjurando desde que asumió la cartera en julio pasado, aunque oficialmente parece no serlo; sin embargo, durante la réplica que el gabinete de Mirtha Vásquez dio el jueves 4 de noviembre cuando buscaba la investidura en el Congreso de la República, dijo lo único seguro por ahora: “La pandemia no ha acabado”. Pero a nivel ciudadano, pareciera que entendimos al revés.

Por Nelson Peñaherrera Castillo

El sábado 30 de octubre, cuando sorpresivamente se volvió a informar sobre la recategorización de los niveles de riesgo sanitario por provincia, solo tres dejaron el cómodo ‘moderado’ y pasaron al temido ‘alto’, a saber; Chincha, Ica; Chanchamayo, Junín; y Sullana, Piura. Esto significa que hasta el 14 de noviembre nuestro toque de queda comienza a las 11 de la noche, acaba a las 4 de la mañana y disminuyen los aforos para ingresar a sitios públicos.

Esa misma noche, por lo menos en ciertos conocidos locales de recreación ubicados en la franja que va desde la carretera Panamericana hacia el oeste del área metro de Sullana, la gente se fue de parranda musicalizada con la (maldita) cumbia a toda potencia, lo que implica que muchos se quitasen la mascarilla para hablar o para tomar sus chelas. Es más, casi nadie se percató de la recategorización en que el gobierno nos había puesto.

Por lo menos en Perú, nuestro semáforo epidemiológico tiene cinco niveles: bajo, moderado (en el que está el resto del país), alto, muy alto y extremo. Te recuerdo que el extremo equivale a cerrar toda una provincia en lo que se denomina una cuarentena controlada, que igual pocos cumplimos pero que aparentemente evitó que, por lo menos, la segunda ola fuese una especie de olón.

Una semana atrás, Salud informó que al menos 20 casos de la llamada variante Delta de la Covid-19 se concentraban en el área metropolitana de Sullana (distritos de Sullana y Bellavista) y 3 se reportaban en el de Salitral, a 15 minutos por carro desde el centro de nuestra ciudad y frente a él, apenas cruzando el río Chira. El resto de la provincia no tenía casos de esa variante en particular.

Lo que sabemos de la Delta –la variante, no la que aparece en la tele todos los domingos “minutos antes de las ocho”—es que es mucho más contagiosa que las tres versiones previas. Esto significa que si te infectas, la posibilidad de que desarrolles síntomas se triplica, y lo mismo pasa con los cuadros graves especialmente si no te has vacunado o tienes tu esquema incompleto, o sea con una sola dosis. ¿riesgo de que mueras si la saturación cae bajo 90? Igual, tres veces más.

El miércoles 3 de noviembre, a vísperas del aniversario provincial, supimos que el hospital de campaña instalado en el estadio campeones del 36, aquí en Sullana, se había quedado sin camas de cuidados intensivos: las 23 disponibles estaban ocupadas, y a juzgar por las declaraciones del jefe de establecimiento, Nelson Aponte, había… mejor dicho, hay lista de espera.

Aponte dijo a la cadena RPP Noticias que de las personas internadas, la mayoría son mayores de 50 años de edad, la mayoría no se han vacunado o apenas tienen una dosis, y la mayoría está luchando por su vida con la ayuda de un ventilador mecánico.

A la noche siguiente, el 4, en pleno 110º aniversario provincial la gente volvió a juntarse en un gran tonazo de rompe y raja sin que las autoridades controlaran nada. Bueno, era el feriado de Sullana, dirás tú, pero hasta donde sabemos, los virus no tienen ni vacaciones ni feriados, ni menos banderas.

Al cierre de esta columna, los casos de la variante Delta ya se diseminaron por todo el norte especialmente en los grandes núcleos urbanos de la costa: ciudad de Piura, Chiclayo (Lambayeque) y Trujillo (La Libertad). ¿Fue Sullana la zona cero de este nuevo brote? Si seguimos la lógica del flujo informativo ofrecido por las autoridades de Salud, la respuesta hipotética sería sí. Falta que el Ministerio lo confirme.

Vistas las cosas hasta aquí, está relativamente claro –y hablo de forma hipotética, ojo— que las dos causas aparentes disparando el brote son las reuniones sociales (perdón, “reuniones de trabajo”) y la negativa de mucha gente a vacunarse o a completar su esquema de vacunación. Sí, yo sé que el brazo duele mucho al primer día, pero, digo, ¿acaso no te puedes tomar un par de paracetamoles y asunto resuelto? No fastidies. Sigamos.

Lo de las reuniones sociales es fácil que lo controlemos y nuestras opciones son dos: no ir (y ahorrarte un dineral considerando la crisis económica), o verificar primero el aforo y sobre eso tomar la decisión.

Para que no digan que uno es cucufato ni se la pega de santo, yo les cuento que el 1 de octubre, algunos y algunas (bueno, una) periodistas nos reunimos por nuestra cuenta y riesgo para celebrar nuestro día de forma presencial. Éramos ocho gatos, y bueno, una gata. Todos ya estamos con doble vacunación, escuchamos musiquita, una parrillita, cerveza cada uno en su vaso solo para pasar el rato, y ya. ¿Contagiados? Ninguno. Tampoco la gata, digo nuestra colega.

El 8 de octubre, celebrando el cumpleaños de uno de mis amigos cercanos, y prestándome como freno mientras le preparaban una sorpresa que él ya conocía (amiga, la próxima vez yo te asesoro a dar sorpresa-sorpresa), salimos al centro de la ciudad, caminamos, tomamos un heladito (horrible, me cayó bomba por tanta cosa sintética que ahora le meten), y listo. Nuevamente, cero contagio.

Para comenzar, mi amigo tiene las dos dosis y, a pesar que estábamos al aire libre, todo el tiempo utilizamos mascarillas. Ya meses antes, me había reunido con él y otro amigo para comer en un espacio al aire libre (a exigencia mía) y con mascarillas y distanciamiento. ¿Contagiados? Ninguno. Y ojo que en casa yo tengo dos personas de riesgo por edad, papá y mamá. Entonces, al menos en mi experiencia, la combinación de vacunas completas y mascarilla me conserva sano hasta ahora; pero además el escrúpulo respecto a los aforos creo que hizo la otra diferencia.

Lo que trato de establecer es que, al menos en mi caso, y aclarando que no pretendo ser ejemplo de nada, lo que la ciencia médica real nos enseñó sobre métodos para prevenir el contagio por la Covid-19 ha funcionado con un 99,99% de éxito. Nuevamente: vacunas, mascarilla, distanciamiento… ahah, y mi alcoholcito al cuello al punto que me alucinaba Petete (me faltaba el gorrito).

Y ahora que recuerdo, este año he comenzado a hacer más televisión, lo que implica trabajar con, al menos, un productor, un camarógrafo, y en la experiencia más reciente, un asistente. Encima, he interactuado presencialmente al menos con unas 15 personas grabando mis programas de entrevistas o serie documental. ¿Contagiados? Cero. Para comenzar, los dos productores con quienes he trabajado, Francesco y Jenry, vigilaban que hubiese bioseguridad en las grabaciones.

Ya ni les digo cuando grabábamos en estudio: mi camarógrafo estaba como a siete metros de donde yo estaba. Entonces, cuando tomas las precauciones debidas y eres consciente de que al proteger tu vida proteges la vida de quienes te rodean, disminuyes o anulas los riesgos. ¿eso es ser inteligente? Bueno, juzga tú.

Espero que tales niveles de escrúpulo sanitario sigan protegiendo mi existencia y la existencia de la gente que más quiero. Hasta ahora ha funcionado. Y también espero que los antivacuna sean declarados una banda terrorista con el consiguiente tratamiento criminal que la ley les concede, porque alguien que proclama la exposición del prójimo arriesgándolo a matarse solo puede ser calificado o calificada como criminal. Me llega si se trata de gente que conozco. Lo siento: su pseudociencia y pseudocreencias están diezmando gente. ¿Más claro?

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Diario El Regional de Piura

 

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