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Vie, Abr

El Gangnam Style fue en realidad un Caballo de Troya

Nelson Peñaherrera
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ERP. Corea del Sur es un pequeño país asiático que estuvo muy en boga durante los últimos meses y no por su política, maquinaria o electrónica sino por sus audiovisuales, especialmente “El juego del calamar”, que por si acaso no está inspirado en la industria de la pota entre Paita y Sullana, mas bien en un mentalmente retorcido concurso de ficción en que varios participantes juegan cosas tan triviales que, si son derrotados, se les elimina matándoles.

Por Nelson Peñaherrera Castillo

La serie está disponible en Netflix, y por el contenido solo está recomendada para mayores de 18 años; pero como a nivel mundial los papás y las mamás creen que el control parental es una cosa más complicada de entender que la Santísima Trinidad, ha estado a bandeja llena para el consumo de los adolescentes e incluso niños.

Y, como en esas casas no se habla de sexo, menos se va a charlar sobre alienación, muchos menores de edad han comenzado a imitar a manera de juego (sí, Juan, cuéntame otra) algunas pruebas y formas de eliminación, en especial una maniobra para estrangular al oponente.

El colectivo de psicólogos y psicólogas que, a decir de una prima política que es parte de ese gremio, sí estudiaron la carrera para servir a la sociedad, saltaron al techo y advirtieron en todos los países y todos los idiomas sobre educar respecto a los riesgos que traen esos contenidos. Claro que para muchos papás y mamás, el mensaje les llegó en coreano antiguo porque les entró por una oreja y vaya a saber usted por dónde se les salió.

No es el primer rastro de alienación que se apodera de una parte del mundo o de todo él. Cuando se estrenó en el resto de Latinoamérica la telenovela mexicana “quinceañera” (Televisa, 1987), tres efectos se transfirieron a nuestra cultura de inmediato: que toda una generación de niñas fuese bautizada como Maricruz, que los vestidos rosados llevaran un hombro descubierto, y que muchos adolescentes se embadurnaran de gel los costados del cabello y comenzaran a decir a diestra y siniestra “sereno, moreno” como Memo, el malandro de la historia.

Otro efecto colateral fue que de pronto a los mecánicos automotrices más jóvenes se les apodó temporalmente Pancho, como uno de los buenos de la historia. Nadie se acuerda que el único personaje mentalmente equilibrado era su jefe, Timo, que encima fue encarnado por un actor y guionista peruano. Aquí el primer capítulo: https://www.youtube.com/watch?v=TPrXLZZ_0eg

Aunque, para no echarle la culpa de todo a lo extranjero, les recuerdo que las trabajadoras del hogar comenzaron a ser apodadas Natacha luego que en 1990 Panamericana y RCTV coprodujeran la segunda versión peruana de “La muchacha que vino de lejos”, original del argentino Abel santa Cruz. Resulta gracioso saber que en 1984, Televisa había hecho una versión ultralibre del relato al que llamó “Guadalupe”, Pero ni en su país lo recuerdan. Aquí el primer capítulo de la segunda versión peruana: https://www.youtube.com/watch?v=YWWor8171z8

Y ya que menciono a Santa Cruz, de lo que sí debemos acordarnos es de “Carrusel”, que disparó la carrera de la actriz Gabriela Rivero (¿por casualidad te llamas Ximena?) y dejó varias muletillas culturales para la historia como el “me hierve la cabeza” de Jaime Palillo, la risita pendenciera de Pablo Guerra, o la cosmovisión romántica de Laura ya no recuerdo su apellido en la ficción. Ni rastros de su original, que también fue un exitazo a fines de los 1970 e inicios de los 1980, “Jacinta Pichimahuida” y “Señorita maestra”.

Y para terminar mi lista de reminiscencias del culebrón latinoamericano, ¿acaso nadie se acuerda de la estadounidense-venezolana Sonya Smith pretendiendo ser devota del Señor de los Milagros en una historia de la cubana Delia Fiallo grabada en Lima? ¿O alguien recuerda las vicuñas que llenaban la pantalla en “Canela” protagonizada por otra venezolana, Astrid Gruber, y grabada íntegramente en Arequipa y alrededores? Aquí el primer capítulo de “Milagros”: https://www.youtube.com/watch?v=8PGZSQKQQKI

¿A qué viene este viaje tan violento dentro del espacio-tiempo de los últimos 40 años y entre Corea del Sur, México y Perú? Pues que, lo creas o no, estamos hablando de industrias culturales. Sí, entiendo que muchas personas dirán que la telenovela tiene tanta cultura como nutrientes esenciales hay en la gaseosa que ahora patrocina a Luis Fonsi, pero si uno de estos productos impacta en la forma de pensar, actuar o concebir el mundo para nosotros y nosotras, en cierto modo está impactando en nuestra identidad y nuestros valores.

Si impactó para bien o para mal, lo dejo a consideración de cada quien. Pero al menos desde el punto de vista sociológico, “así fue, así fue, así fue”. ¡Hermanos Yaipén? No, Juan Gabriel… aunque prefiero la versión de Isabel Pantoja. Sigamos.

Lo interesante es que la forma cómo estos productos han impactado, o hasta alterado nuestros patrones culturales tiene tres historias bien diversas. Para comenzar por casa, Perú lo que quería era vender telenovelas y hacer caja para las televisoras o productoras que poseen sus derechos de autor. Quizás la imagen de la Smith con el cuadrito del Cristo de Pachacamilla o las esbeltas vicuñas hábilmente destacadas por la lente de Danny Gavidia buscaban vendernos un mensaje cultural que, aparentemente, no llegó a cuajar del todo. Aquí un ‘spoiler’ de esta segunda producción: https://www.youtube.com/watch?v=QRoIA_tgbWg

En el caso mexicano, la intención de exportar sus patrones culturales sí fue bien evidente, para nada insinuada. Desde los paisajes (locaciones) hasta los sonidos, los productores tuvieron el objetivo deliberado de implantarnos el “órale cuate” y posteriormente el “güey” con tal éxito que, eventualmente, lo hemos incorporado en nuestro vocabulario. Digo, mi mejor amigo hasta ahora insiste en que le encanta ‘platicar’ conmigo.

Tanto en el caso peruano como en el mexicano, todo el esfuerzo ha dependido de la inversión privada. Sea desde las buenas intenciones de los Delgado Parker o del propio Humberto Polar hasta llegar a los fines comerciales de la familia Crousillat, y de ahí saltar hasta la dinastía Azcárraga, la implantación cultural se debió mayormente a que un empresario creyó que sería buena idea añadirlo como valor a su producto.

En el caso surcoreano, todo parece apuntar a que el empresario es un simple intermediario, y que todo es parte de un plan concebido por el gobierno civil de ese país una vez que terminó la dictadura militar a mediados de los 1980, y que simplemente tomó un viejo ejemplo que encontramos en la Historia Universal cuando Roma conquista militarmente a Grecia, pero Grecia se apodera culturalmente de Roma… menos mal.

Y el plan surcoreano no solo consiste en engordar las cuentas bancarias de Netflix sino que busca interesarnos en ttoda la identidad de ese país. Porque junto a los dramatizados hechos en Seúl, existe el ‘korean pop’ o k-pop para la generación que tiene las hormonas revueltas por primera vez en su vida. Dos generaciones consecutivas, ¿captas?

Es alucinante saber que no solo busca vender un idioma que ni siquiera se escribe en grafías latinas sino que hasta busca reafirmar valores estéticos y de autorrealización en los que, a juicio de analistas más ‘progre’, no es la persona el centro de la cosmovisión sino el ego. Pareciera lo mismo, pero no es lo mismo: una cosa es educar autoestima, la otra es convertirte en un misil capaz de pulverizar a tus semejantes.

Y tampoco parece ser secreto, porque lo dijeron en el Telediario 1 de Televisión Española el 5 de diciembre de 2021, que el gobierno surcoreano inyectó muchísimo dinero a su industria musical y audiovisual para convertirse en una tendencia mundial. Y, dicen, el plan incluye vendernos su gastronomía y hasta animarnos a practicar más tae-kwon-do. Si entrenas funcional, es probable que de contrabando ya te lo estén vendiendo en la rutina de ejercicios.

El asunto es que Corea del sur ya ha abierto centros culturales en las principales capitales hispanoamericanas, léase Madrid, Buenos Aires, Bogotá y Ciudad de México. No es casualidad. De las urbes que he enumerado, al menos dos son parte de esa oleada que ha sido impulsada por los medios de comunicación y las tecnologías de la información. ¿Ha resultado? Insisto: mira las ganancias de Netflix y saca línea.

Con todo este apretado panorama, es lógico deducir que si se hacen inversiones inteligentes en cultura y arte, también se puede generar mucha prosperidad no solo para los gobiernos sino para las poblaciones porque ambas jalan inevitablemente al turismo, y éste puede activar el resto de exportaciones no tradicionales como tradicionales.

Más claro, todo es sinergia siempre y cuando sea parte de un plan estratégico… por supuesto si es que alguna vez en tu vida has diseñado un plan, y éste tiene la intención deliberada de conseguir impactos escalonados a corto, mediano, largo y larguísimo plazo. Y nosotros que creíamos que el calamar solo era rico en chicharrón…

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Diario El Regional de Piura

 

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