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Mié, Abr

La Universidad es lo que no es

Miguel Godos Curay
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ERP. (Por: Miguel Godos Curay) La universidad es lo que no es. No es una comunidad de loros repitiendo lo mal aprendido en los libros. Ni una comunidad salpimentada por títulos académicos obtenidos en un festín de favores. Nada tiene que ver con aulas y pizarrones impecables sino se cogita con sentido crítico y se buscan soluciones a los desafíos del territorio. Nada tiene que ver con laboratorios vacíos en donde no se investiga, ni se indaga ni se aplica el conocimiento obtenido.

No es un repositorio de libros impresos y virtuales que nadie lee. Tampoco es un campus en donde se talan sin la técnica conveniente los pocos árboles que se mantienen en pie. Tampoco es un mundillo infeliz en donde no existe el genuino regocijo por el saber y la lectura. No es un mercadillo de títulos de una oferta formativa para desempleados que nunca ejercitan su profesión.

La lectura y la producción intelectual le son consustanciales. La universidad con cerebros en blanco que no piensan y sólo buscan el provecho propio no existe. Es una comunidad viva del conocimiento y los saberes. No es una comunidad boba en la que la vida discurre como en esos arroyuelos que finalmente se secan y desaparecen. En la sociedad del conocimiento las personas valen por lo que saben no por lo que tienen. La mayor riqueza es el conocimiento no el desconocimiento. Ni la acumulación material que tras la muerte inevitable no cabe en el ataúd.

El capital más valioso de un país, la juventud, se forma en la universidad. Académicamente se prestigia por los profesionales de calidad que forma y entrega a la sociedad. Está subordinada al bien común. Y subsiste con los recursos qque recauda y los que le otorga y suministra el Estado los que deben ser cautelados por los órganos de control. Sino funciona así es una cofradía de vivos, la cueva misma de Ali Baba. La universidad produce capital con el conocimiento que aplica. Le resulta impropia la orfandad, el dispendio irresponsable de sus recursos, el manejo negligente y el convertirla en una tierra de nadie.

La vida universitaria se resume en el estudio, el debate y la investigación. El conocimiento se comparte y se expande. No encaja con ella la avaricia y el pueril negociado de separatas con los que una mala estofa de docentes lucra impropiamente. Uno es el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual. Otra la mermelada pesetera. Advierte Roland Barthes, el docente en la primera etapa de su ejercicio pedagógico enseña lo que sabe. En un segundo momento lo que no sabe y aprendió de los libros. Finalmente tendrá que desaprender todo para aprehender nuevo conocimiento. El conocimiento evoluciona a diario. En cada momento se refresca y renueva. De lo contrario se fosiliza y estaciona improductivamente. Como en la poesía el viejo conocimiento abre paso al nuevo. Nosotros los de ayer ya no somos los mismos.

La universidad requiere de tres tipos de saberes. Los humanísticos o propios de la inteligencia creadora. Los científicos o epistemológicos en todos los campos de la ciencia y la actividad transformadora de la técnica y los filosóficos sustentados en la ontología como profunda actividad humana. El sentido de la vida por sus causas primeras y últimas. Sin la ontología la existencia no tiene dirección ni sentido. La ética y la moral necesitan de un soporte imprescindible como ingrediente de la vida y el progreso social. El bien común es fin de la justicia y el respeto a la vida humana obligación cardinal. No se puede erigir un edificio de responsabilidad en los estudiantes sino se abre su mente a la comprensión y apropiación de los valores que transforman en plenitud su existencia.

El estudiante de escasos recursos educado con mucho esfuerzo tiene el potencial de una enorme posibilidad de progreso, cambio y transformación de su familia. La universidad pública se dirige especialmente a quienes por sus capacidades intelectuales y humanas necesitan de una oportunidad de crecimiento y mejora. La universidad cambia vidas y transforma conciencias. Sus benéficos impactos se multiplican en la sociedad. De ahí la importancia de dotarla con recursos para el cumplimiento de sus responsabilidades y excelsas funciones.

Por eso el Estado peruano debería disponer que los bienes incautados al narcotráfico, la corrupción, la minería ilegal y el contrabando deberían destinarse también a las universidades que requieren conforme a sus urgentes necesidades brindar mejores servicios formativos en regiones donde menudea la pobreza. El fomento de la investigación es prioridad inmediata. Tan urgente como el dominio del inglés en sus docentes. La literatura científica fresca se edita en este idioma. Las traducciones demoran cinco años en llegar a las editoras cuando ya hay nuevo conocimiento en el camino.

La universidad peruana debería asumir un solo concurso anual nacional para cubrir las plazas docentes vacantes. Conforme a las demandas debe disponer de facilidades para movilizar inteligencias y capacidades en todo el país. El remedo de autonomía universitaria puesto en juego hasta hoy sólo ha logrado la manipulación de los procesos concursables y la incorporación de rémoras académicas. Lejos de mejorar la calidad formativa la envilecen y degradan. La universidad pública no es ni debe ser un asilo de funcionarios y momias académicas pendientes de la jubilación. Requiere de docentes jóvenes altamente calificados con remuneraciones atractivas disponibles en todas las regiones del país en donde existe necesidad urgente de capacidades. ¿Es posible el cambio?

Lo propio sucede con la escasa producción intelectual. Si un docente universitario no tiene la suficiente capacidad para redactar un artículo para periódico sobre sus experiencias de 30 o 40 líneas. Mucho menos tendrá capacidad para producir un artículo científico para una revista indexada, 40 a 50 páginas, sometidas a la evaluación de pares y expertos. Hoy el conocimiento se demuestra y la capacidad se prueba y aplica. Decía la científica social franco-alemana y piuranista por adopción Anne Marie Hocquenghem que un investigador que diariamente y con disciplina redacte 30 líneas a la vuelta de un año tendría un libro de 365 páginas. Tras una paciente y escrupulosa revisión podría reducirse a la mitad sin que deje ser el contundente cuerpo de un texto de cualquier especialidad.

Pero no hay que andar anonadados como Proust en busca del tiempo perdido. Eufemísticamente nos falta tiempo. Advertían cooperantes italianos en Piura. Los piuranos somos buenas personas pero dedicamos una hora al cebiche y no menos de 15 minutos al trabajo diario. Hoy somos expertos el web-veo en el mirar sin límites el celular todo el día con un sentido poco responsable de la administración del tiempo. ¿Podemos responsabilizar al clima de nuestros fracasos, de nuestro analfabetismo funcional de saber leer y no ejercitar la lectura diaria? De esa alergia injustificada frente a los libros porque nos contentamos con poco. Nos sofoca la vida intelectual. Finalmente perdemos tiempo ocupándonos Ede la vida ajena. Nos carcome esa señora que muerde sin comer a la que Alfonso Reyes llamó “doña envidia”. ¿Es difícil salir de esta aburrida rutina de ostras?. Hay quienes viven en la universidad pero lamentablemente la universidad no habita en sus conciencias, en sus hábitos personales y hace tiempo dejó de existir en sus neuronas.

Diario El Regional de Piura
 

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