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Lun, Oct

Crónica de una anciana que debe caminar para mantenerse bien

Andrés Vera Córdova
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ERP. Una anciana de pronto se sienta en el muro de una puerta cerrada frente al mercado de abastos de Sullana, en señal de cansancio y en búsqueda de descanso temporal. La quedo mirando, es una señora pequeña de estatura, de tez canela, de mirada amable, es como cualquiera persona que vive en un asentamiento humano de esta localidad, donde lo único que existe en exceso es la pobreza económica de su gente.

Se le observa algo quejumbrosa y en busca de sosiego. Se me ocurre acercarme un par de pasos para entablar un diálogo que supongo será aleccionador y le pregunto cómo se siente, y me responde que le duele la cabeza, otras veces los huesos no le responden y que tiene que recoger una medicina que le devuelva un poco de salud física y mental para sentirse mejor.

Vive sola en su vivienda que es casi rural y para evitar el sedentarismo va donde sus hijas y con ellas comparte sus horas; camina para eliminar el agobio y le han hablado de las bondades del caminar; sin embargo, los rayos de sol son inclementes y la hora de nuestra circunstancial impronta así lo refleja; le recomiendo que use un sombrero o algo parecido y se queda pensando.

Me pregunta sobre la atención de las oficinas administrativas que funcionan en el local municipal y en realidad no conozco. Al menos, a simple observación todas las puertas del segundo piso se encuentran cerradas y ningún visto de comerciantes y menos de instituciones públicas, es un día sábado.

Le pregunto cuántos años tiene y me dice que está próxima a cumplir 77 años, que vive sola en el sector de Los Olivos de Sullana, que tuvo 5 hijos de los cuales dos son hombres y dos son mujeres; el quinto no pudo resistir una enfermedad que tiene curación cuando el dinero existe, pero cuando es limitado descubrir una enfermedad neurológica es simplemente una antesala a la muerte.

Ella me narra con serenidad y tranquilidad propia de su sosiego momentáneo, las peripecias que tuvo que soportar su hijo y las esperanzas diarias por mejorarse. Además, solo tenía 38 años de edad. Lo cierto, que los médicos piuranos no lo pudieron atender y fue operado en Lima, donde soportó la extracción del primer tumor y desfalleciendo para siempre en el segundo.

Me cuenta en detalle lo ocurrido y lo hace con ese don de dulzura, de cariño y de dolor que demuestra siempre una madre ante la pérdida de un hijo, y entiendo que ese sufrimiento debe ser mayor cuanto se tiene la memoria intacta para mantener vigente el recuerdo y el sentimiento. Muchas veces a esa edad la memoria se vuelve frágil y recuerda solo los hechos antiguos olvidándose de los últimos y después para hacer irreal todo lo que en algún momento fue real.

Pero nuestra anciana, nos habla con mucha fluidez, nos narra con propiedad, con emoción y sentimiento también y recuerda vívidamente. Es de esos casos que en estos tiempos nos sorprenden por su actualidad de los hechos antiguos y de los actuales. Es decir, su memoria aún tiene cada uno de los momentos que le dieron vida, que seguramente la emocionaron y también la entristecieron.

Pero su rememoración le causa daño y afloran los sentimientos que quizá no quiso recordarlos un día cualquiera como hoy y se quiebra en silencio. Sus ojos se llenan de lágrimas al recordar la infausta pérdida de su hijo y cambio de conversación por algo más simple y asocio su pregunta de oficinas de entidades públicas en el Mercado de Abastos y el Programa Pensión 65.

Supongo que es beneficiaria de este programa estatal, el mismo que busca asistir con dinero a los ancianos que llegaron en una situación vulnerable. Pero no se encuentra en la lista que reciben cada cierto tiempo dinero en efectivo para paliar en alguno sus necesidades. Me responde que no lo es y que para entrar como tal se debe tener mucha suerte y no la ha tenido.

Pero si la suerte le ha sido esquiva en Pensión 65, tampoco la situación real la ha llevado a una situación exagerada. Está achacosa como consecuencia de la edad, le duela la cabeza, los huesos, pero su fisonomía indica que no está en situación extrema. Puede esperar, aunque la pensión solidaria quizá nunca llegue, porque así son las cosas del Estado y además de ello, a los 77 años ya no existe mucho más tiempo para tener paciencia.

Se levanta de su ocasional asiento, se despide, y se va caminando por la vereda derecha hacia el sector de Bellavista; al fin y al cabo tiene muy en cuenta que caminar es bueno y saludable. Después deberá tomar una moto taxi que le cobrará 4 soles, porque el lugar donde vive se encuentra lejos donde se encuentra.

Me quedo pensando y me causa algo de congoja y me interrogo de una manera simple, ¿cuánto nos preparamos para la vejez o cuánto de importancia le damos al adulto mayor?.

Somos aún una sociedad joven y la esperanza de vida de los peruanos bordea los 72 años. Si alguien pasó esa edad, le puede quedar mucho o talvez poco de vida y a lo que tiene derecho es que esos últimos años de existencia al menos sean lo menos dolorosos posibles.

Fotografía referencial

 

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