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Mar, Abr

Caudillos que ejercieron presidencia, los culpables del renacimiento del fujimorismo

Editorial
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ERP. La mayor parte de las encuestas creen que Keiko Fujimori Higuchi, se alzará con el balotaje que se realiza para elegir al nuevo presidente y vicepresidentes del Perú. Confronta en segunda vuelta electoral con Pedro Pablo Kuczynski líder de Peruanos por el Kambio, quien hasta el momento no ha logrado capitalizar el porcentaje mayoritario de quienes votaron por opciones diferentes al partido Fuerza Popular.

Alberto Fujimori Fujimori, llegó al gobierno en 1990. Bajo su lema de “Tecnología, honradez y trabajo” se impuso a la propuesta liberal de Mario Vargas Llosa. Tras su triunfo, hizo todo lo contrario a lo que ofreció en campaña y asumió como suyo las propuestas económicas realizadas por su contendor.

Posterior a ello, y bajo el prurito del golpe de Estado, el 5 de abril de 1992 dio un autogolpe, disolviendo tanto la Cámara de Diputados, como la de Senadores. Fue un golpe de Estado, que pretendió remediarse con una convocatoria al Congreso Constituyente el cual logró en 1993 la Constitución Política que rige actualmente.

Su mensaje efectista y sus políticas populistas, permitió que Alberto Fujimori logre legitimad social y por ende, en las próximas elecciones realizadas en 1995 una amplia ventaja en relación a sus rivales, los cuales en gran parte habían sido afectados por una estrategia distorsionante.

Tras el triunfo de 1995, Fujimori ingresó a una etapa de gobierno con amplia permisibilidad. La mayoría congresal le respondía al fujimorismo, y las estrategias para incorporar a otros parlamentarios se hizo común. Por el lado económico, la economía logró cierta estabilidad y se logró dominar la subversión, una lacra que corría los cimientos de la sociedad peruana.

Con espíritu triunfalista, decidieron ir hacia una tercera elección presidencial. En este caso, colisionó con la legalidad y los juristas se dividieron entre los que apoyaban esa acción y los que no. De acuerdo a la Constitución de 1979 derogada por el proceso constituyente de 1993 no era factible la reelección, en tanto que la Constitución de 1993 permitía una reelección inmediata.

En este caso, el Tribunal de Garantías Constitucionales cumplió un rol importante. Frente a una ley que lo permitía, decidió que era legal pero inaplicable para el ciudadano Alberto Fujimori. Para los principales analistas, fue el principio del fin del mandatario, y permitió el crecimiento de una mayor oposición, mayor fiscalización de los actos de gobiernos y el desenlace permitió descubrir muchos ilícitos.

Víctima de sus propias decisiones, Alberto Fujimori se envolvió en una contienda graciosa y díscola con su asesor Vladimiro Montesinos y cuando tuvo todo dominado decidió fugar a Brunei primero para ir al Japón después. Fujimori, escondió en todo momento ser ciudadano japonés, derecho que ejerció para radicarse en este país.

En tanto en Perú, tras la fuga el Congreso de la República decidió elegir entre sus integrantes el sucesor de Alberto Fujimori. Salió elegido Valentín Paniagua, quien fue considerado el presidente de la transición y realizó las elecciones generales para elegir al presidente legítimamente elegido, conforme lo dispone la Constitución Política del Perú.

Resultado del proceso del 2001, los peruanos eligieron al líder de Perú Posible, el economista Alejandro Toledo Manrique; el 2006 ganó por segunda vez y tras su retorno de Francia, el aprista Alan García Pérez. El 2011 lo hizo Ollanta Humala quien se encuentra próximo a cumplir con su mandato.

Evidentemente, una conclusión lógica de lo acontecido, es la poca seriedad para construir institucionalidad partidaria que permita una alternancia o una sucesión democrática y ordenada, en la era post Fujimori. Siguió privilegiándose el caudillismo y descartándose la posibilidad de fortalecer lo organizacional y nuevos liderazgos.

Alejandro Toledo terminó con un partido totalmente débil, lo mismo sucedió con Alan García Pérez e igual ha devenido Ollanta Humala. Es decir, presidentes que llegaron con un alto respaldo y que terminarán fulminando a sus propias organizaciones partidarias, separando de su lado a quienes podrían haberle otorgado continuidad democrática. 

En síntesis, si consideramos la posibilidad de elección de Keiko Fujimori, se puede expresar con claridad que los grandes responsables fueron estos caudillos que con su inacción o por su narcisismo, impidieron que sus organizaciones partidarias se fortalezcan, permitan la oportunidad de nuevos liderazgos y por ende, abonar en la construcción de una democracia más sólida.

Por el momento, no es un partido el que logra hegemonizarse, sino un apellido. Los errores de los presidentes post Fujimori, simplemente le han devuelto la fama a un grupo de personas que muchos creían sepultado.

 

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