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Sáb, Abr

El virus partidista

Fernando Rodríguez Patrón
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ERP/Fernando Rodríguez Patrón. Tenemos veinticinco partidos políticos inscritos, ni más ni menos. Veinticinco. Un número sin dudas excesivo que pareciera obedecer a un virus que los multiplica y no hay vacuna de los detenga.

Este elevado número debe motivar a nuestra clase política a aprobar medidas estructurales necesarias para fortalecerlos en primer término, lo que implica la reducción de este alto número, y luego cumplir con una evidente y ansiada necesidad, contar con un real sistema de partidos, sólidos, con cuadros directivos que se renuevan periódicamente, capaces de canalizar el sentir popular, integrándolo a sus propuestas y planes de gobierno. Pocos de esos veinticinco partidos cumplen o están en condiciones de cumplir con dichos cometidos.

No obstante esta alta cifra, pareciera que los Congresistas, quienes ocupan dicho cargo gracias al monopolio de candidaturas que detentan los partidos políticos y a los cuales pertenecen o, en el caso de los invitados, se deben, no tienen claro qué hacer o cómo enfocar la reforma electoral, al menos en el extremo que se refiere a la regulación de los propios partidos políticos y especialmente su fortalecimiento. Por el contrario, pareciera que el objetivo fuese mantener el alto número de partidos. El virus pareciera no tener antídoto.

En efecto, la ciudadanía percibe que la reforma de los partidos está en la agenda política principalmente por razones ajenas a ellos y no precisamente por voluntad parlamentaria. Está en la agenda por la presión mediática y por la intensa campaña de reforma electoral impulsada por los organismos electorales. Digámoslo claro, los partidos no quieren reformarse ni ser reformados y consecuentemente son reacios a al cambio.

La ciudadanía demanda normas que permitan tener menos pero mejores partidos, sin embargo, nuestra clase política se esmera en navegar a contracorriente, ya que de un lado dicta normas que permiten que aquellos que ya cuentan con inscripción la mantengan sin ningún esfuerzo, incluso sin participar en procesos electorales, lo que es el colmo, y de otro lado, dictan normas que pretenden dificultar que nuevos partidos puedan inscribirse.

Respecto a lo primero, el Congreso 2006 – 2011 permitió luego de las Elecciones Generales del año 2006, que conserven su inscripción algunos partidos que no participaron en dicho proceso, ello sin duda con calculado y frio criterio cuyo objeto no era otro que favorecer específicamente a algunos. Este singular criterio fue repetido en las Elecciones Generales del año pasado.

Sin embargo, desde la otra orilla, adoptó una posición más exigente con los requisitos para inscribir nuevos partidos al elevar el número de firmas que se requieren para ello, sin duda, el obstáculo más difícil de sortear al momento de intentar la constitución de una organización política.

¿Es difícil encontrar estos mecanismos que permitan fortalecer a los partidos? La respuesta es No, así escrito con mayúscula. Solo se requiere voluntad política. Veamos algunas sugerencias.

El primer paso que debemos dar para fortalecer a los partidos políticos, es retirar la inscripción a aquellos que no cuentan vocación democrática. Partido que no participa en una elección, pierde su inscripción, así de sencillo.

En segundo lugar, las alianzas electorales han revelado ser un salvavidas en medio de un turbulento mar que permite a los partidos sobrevivir gracias a las votación de otros. Esta tabla de salvación que alienta la parasitación partidaria debe acabar. O bien elevamos sustancialmente la valla de las alianzas de modo tal que se desaliente su conformación o bien se éstas se prohíben. Que cada partido baile con su pañuelo y que las alianzas sean únicamente a nivel parlamentario.

Tercero: Las elecciones internas son obligatorias, deben ser públicas y llevadas a cabo bajo supervisión de los organismos electorales. Estás elecciones deben ser reales, no ficticias, por lo tanto en ellas deben participar los afiliados partidistas. Olvidémonos de esa ficción legal de elecciones por representantes que son una ventana abierta para el fraude. La Democracia interna reclama la participación de todos los afiliados de un partido, es decir, un militante un voto. Si un partido no es capaz de involucrar en sus elecciones internas a un mínimo de afiliados, digamos 30,000, no debe ser considerado como partido político y debe perder su inscripción. Así de fácil.

¿Les parece difícil que se aprueben normas de esta naturaleza? La discusión está abierta.

Fernando Rodríguez Patrón/Abogado,Experto en temas electorales.

 

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