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Sáb, Abr

Cantinas, alcoholismo, y estudiantes universitarios de Piura

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ERP. No cabe duda que existe una verdad innegable. El estudio abre nuevas puertas y mejora las condiciones sociales y económicas de las personas y además, justifica el éxito de un país o de una economía. Sabemos igualmente, que la educación primaria es obligatoria para todos los peruanos y la secundaria una necesidad de continuidad y la superior un ideal para consolidar el proceso de estudio y lograr las calificaciones que demanda el mercado.

Hace un par de meses, decidimos irnos a almorzar con unos amigos y cada quien en su vehículo, iniciaron la ruta hacia la Universidad Nacional de Piura, seguimos el camino inca, pasamos la jurisdicción universitaria y llegamos al lugar conocido como Miraflores. La primera impresión es la cantidad de bares y cantinas que se escalan de puerta en puerta en este sector.

La estridencia de los equipos de sonido, se mezclan con la fluencia de chicha, ceviche y otros platos y conforme va avanzando la celebración o el encuentro de amistad o simplemente la efusividad, se pide cerveza la cual llega a un precio menor al mercado. La mayoría de locales se encuentran con clientes, los cuales llegan a la zona o caminando, en bicicleta, moto o en vehículo mayor.

El caserío es pequeño y quizá su máxima extensión es de cuatro calles perpendiculares entre sí. El espacio permite el libre desplazamiento y en un lugar del mismo, una cancha de fútbol se mezcla entre bares y alcoholismo.

Basta mirar con detenimiento para darse cuenta el tipo de clientes que frecuentan el caserío Miraflores. La mayor parte, por no decir el 100% son estudiantes de la casa de estudios considerada como el alma mater de todos los piuranos y que se encuentra conurbada al caserío y se debe aclarar, el tema social que enfocamos no es cuestión de ninguna autoridad rectoral, decanos o simplemente autoridades universitarias; es un problema que existe y que nadie ha osado mirar los impactos negativos que genera.

Escucho las conversaciones y los temas son recurrentes, la dificultad del curso de geometría analítica, cálculo infinitesimal, algebra y muchos más cursos que los enumeran de acuerdo a la calidad del estudiante, si es de ingenierías, de economía, de zootecnia, de periodistas e incluso de futuros docentes. Existe un tema de diálogo común y un motivo para celebrar.

La euforia de una buena nota o el desencanto de una mala, el inicio del curso o el fin del mismo. El sustitutorio y quizá como lo expresan muchos el “rogatorio”, al final el justificante puede ser cualquier cosa, lo cierto que fluyen a estos bares semi construidos, de esteras y de puertas improvisadas con mesas de plástico y sillas del mismo material.

El retiro del consumidor, simplemente llama la atención. Motivados por la euforia del alcohol desafían al amigo y hasta su propia sombra. El espectáculo se dispersa entre zigzagueantes movimientos y retirada. Algunos dejan sus cuadernos y sus lápices y otros pierden la poca o talvez mucha propina que reciben y será hasta el siguiente día o el siguientes mes, lo cierto que los días que menos demanda existe son justamente los sábados y los domingos.

Lo que podría haber sido quizá un recóndito lugar por coincidencia lo acabo de palpar en otro punto de la ciudad. No hay camino inca, pero si un tránsito hacia Los Ejidos. Al fondo, se observa la Universidad Privada Antenor Orrego, en su interior la calidad de sus pabellones y el movimiento de los alumnos que estudian y que hacen su esfuerzo para redituar con buevos resultados el esfuerzo de los padres para pagarles su educación.

Cerca, en una avenida perpendicular a la Universidad varios restaurantes y bares, reeditan lo que comentamos en la parte anterior. Ingresamos a uno de estos bares, y la distribución no puede ser más perfecta, un pequeño espacio de altura y circundado por rejas, existen mesas donde solo se puede consumir cerveza Corona y trago corto, pueden pedir de comer lo que estimen.

En la parte baja donde encontrar una mesa es difícil, por la hora en la cual hemos llegado, se vende las cervezas peruanas. Se consume con entusiasmo, entre griteríos y con la movilidad entre mesas de jóvenes estudiantes, hombres y mujeres y entre selfies para hacer imperecedero el momento.

Comentamos, qué celebrarán, porque aprobaron un parcial o porque lo desaprobaron, porque pasaron o no el curso más difícil. La mayor parte son al igual que en Miraflores, estudiantes de una universidad privada y posiblemente con mayor poder de gasto. Al final, los padres de familia harán el esfuerzo, primero para que lleguen a la Universidad que está lejana de la ciudad y luego para pagarles la pensión que no debe ser baja.

Pero estos adolescentes y son decenas, prefieren seguir el camino de lo fácil y de la vida sin esfuerzo. Se ahogan en alcohol como dice la canción y resuelven sus dificultades en el mundo fantástico de la embriaguez. Las jóvenes, se toman selfies con el celular más caro y piden con voz fuerte la próxima cerveza.

Son estudiantes universitarios y han encontrado un lugar donde refugiarse, gastando recursos, quemando neuronas en temas sin mayor sentido de vida. No lo son todo, pero los suficientes para crear preocupación.

La pregunta que me planteo o nos hacemos los que observamos esta situación es simple, ¿antes se daban estas situaciones?. Y el grupo con quien comparto, todos profesionales dicen que sí y me resisto a aceptarlo, porque realidades como las que se viven en estos bares eran mínimas en los 80 y las fiestas solo estaban reservadas al cumpleaños del compañero y el agasajo al profesor o al término de la carrera.

Lo que sucede ahora, simplemente es escandaloso. Mucho más, que las universidades que mencionamos, en sus alrededores no tengan librerías y repositorios de documentos importantes, sino anaqueles y refrigeradoras con cerveza. Algo ha pasado, para generar libertinaje y un cambio cultural. Nosotros nos resistimos a aceptar esta realidad y creemos que se puede poner coto. ¿Cómo?. Ese es el problema.

 

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