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Sáb, Abr

Pareja presidencial se entromete en elecciones y dan juicios de valor impropios

Andrés Vera Córdova
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ERP. Ollanta Humala Tasso y su esposa Nadine Heredia Alarcón, han sido protagonistas del gobierno más precario que ha tenido el Perú; primero por su identificación con la izquierda como opción ideológica, el giro hacia la derecha para ganar las elecciones, luego por el manejo antojadizo del Partido Nacionalista y después por la intromisión en las decisiones gubernamentales y partidarias por parte de Nadine Heredia.

Entre crisis, idas y venidas, Ollanta Humala está llegando al final de su mandato, y es poco lo que puede mostrar como resultado; aunque se inflama él y sus ministros, y también la esposa, que vía programas sociales han logrado la gran transformación social.

Sin embargo, no quieren irse tranquilos o con la conformidad del deber cumplido; sino en su mediocridad creen que tienen la verdad y se vienen entrometiendo en las elecciones generales, marcando una diferencia entre sus predecesores Paniagua, Toledo y el mismo Alan. Dueños de una cultura elemental, creen que pueden recomendar acciones y decisiones políticas que corresponden única y exclusivamente a la población.

 
 

Nadine Heredia Alarcón, quien fue erigida sin más ni más, como presidenta del Partido Nacionalista, cree tener la legitimidad social para pronunciarse en nombre de muchos y ha expresado que “Hoy, frente a un proceso electoral tenemos la responsabilidad de elegir por una visión de país que no signifique un estancamiento de lo ya logrado en el Perú, en términos democráticos y de crecimiento con inclusión social. El rumbo que tome el Perú debe considerar que somos un país pluricultural, un pueblo capaz de superar grandes dificultades por su extraordinaria fuerza, capacidad creadora y emprendedora. Un pueblo capaz de mejorar en el camino, sobre la marcha, pero nunca detenerse”.

Por su parte el presidente Ollanta Humala, ha expresado casi lo mismo que la esposa, para oponerse de una manera vedada sobre la posibilidad que se elija a Keiko Fujimori como presidente o a Verónika Mendoza como alternativa. En todo caso, y todo demócrata sabe, la decisión soberana corresponde al pueblo y este decidirá con su voto a quien elegir.

Una decisión política no es la impronta del momento; tampoco obedece a los intereses de alguien que cree que su palabra tiene importancia, al contrario se va forjando con hechos políticos, con experiencias propias, con información, conocimiento y sobre todo educación para saber decidir el voto primero, y participar de manera ciudadana después de tal manera que el gobierno elegido no traicione sus postulados.

Es muy común en nuestras democracias, decir una cosa y hacer otra. El caso más reciente es el de Ollanta Humala. No estamos en contra de lo que hace, sino en el engaño que usó para ser elegido y después de lograrlo, olvidarse que prometió un camino para hacer las cosas y al final decidió olvidar los compromisos e inclinarse reverente ante los grupos de poder.

Sin duda, que evitar estas distorsiones no se encuentra aún en la posibilidad de evitarlos. Se requiere mucha conciencia, mucha responsabilidad y un ejercicio pleno de ciudadanía para lograrlo. Se requiere organizaciones políticas que estén atentas no para hablar solo en el Congreso, sino desde la sociedad civil llevar una vida activa y de movilización de ser necesario.

Considerando que tales capacidades deben construirse, al menos se espera que la población no tenga intromisiones innecesarias como las de Ollanta Humala y Nadine Heredia y si se tiene que elegir a alguien, lo haga con la libertad de conciencia y de entender.

Después de mucho tiempo, estamos participando en el cuarto gobierno democrático sucesivo y eso es bueno.

Estamos en el riesgo de ver un gobierno que nace sobre las cenizas de una experiencia que implicó corrupción e infracción de los derechos humanos; sin embargo, si eso sucede la responsabilidad no es de quienes mayoritariamente se inclinan por dicha propuesta, sino de aquellos que tuvieron la posibilidad de mejorar la educación y construcción de nuevos valores democráticos que no lo hicieron.

Tanto Ollanta Humala, como la joven Nadine Heredia, primero son totalmente descalificables en su experiencia de gobierno e intelectualmente pobres, como para dar lecciones de lo que es bueno o malo en la política peruana.

Más aún Nadine Heredia recordada por ser una mentirosa consuetudinaria tampoco tiene la autoridad moral suficiente para atacar a una de las candidatas presidenciales. No se da cuenta, que ella fue el problema y no los otros, pero cree que los otros son culpables y no ella, una patología propia de personas distorsionadas. 

 

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