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Vie, Abr

La identidad como herencia (II)

Nelson Peñaherrera
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nelson penaherrera castilloERP/N.Peñaherrera. La familia Castillo siempre estuvo asentada en las faldas del cerro Balcón, en Ayabaca.

Hace unos años, mamá encontró unas escrituras de inicios del siglo pasado que lo prueban.

No es casual. El cerro Balcón fue el hogar del primer pueblo hispano de Ayabaca, y una suerte de centro de operaciones del antiguo pueblo ayawaka.

En realidad parece que tal centro era la cadena de cerros que el Balcón forma con el no menos famoso Aypate y el Granadillo.

La familia Castillo apareció a finales del siglo XVI, posiblemente, por cruce hispano-indígena. Se identifica a una Catalina Illaqtanda como tronco común.

Mi sorpresa fue en 2009, cuando trabajaba con mi equipo en Malingas Alto, distrito de Tambogrande, y encontramos que la fundadora del caserío cuatricentenario de El Convento, aparentemente, había sido una mujer con el mismo nombre. No hemos podido probar si se trata de la misma mujer, pero la coincidencia es una pista.

La familia Castillo y cercanas vivieron en el cerro Balcón por tres siglos, específicamente en la comunidad de Tacalpo, hasta que se mudaron al actual Ayabaca, poco después de la mitad del siglo pasado.

Tenían un intercambio comercial bien fluído con el sur de la provincia de Loja, ecuador. Otra vez la conexión.

No sé si la ubicación de la casa de mis abuelos maternos en Ayabaca fue al azar, pero lo cierto es que, cuando abrías una de las ventanas orientadas al este, lo primero que aparecía detrás de los barrotes eran el Balcón, el Aypate y el Granadillo. Y ése era el paisaje que dominaba –es decir, domina- todos los ángulos de la casa, ubicada junto a la Cruz de Palo Blanco, uno de los miradores increíbles de casi todo el distrito de Ayabaca.

¿Acaso mi abuelo seguía reverenciando al apu?

Un antropólogo ayabaquino conocido mío dice que sí. Un tío materno lo duda. Bueno, como dije antes, la controversia crea ciencia.

En resumidas cuentas, creo que la herencia de apego a la tierra y el gusto por sus frutos en estado natural me viene de esa memoria genética acumulada por ambas ramas familiares, porque toda su vida se dedicaron a sacarle provecho, mucho antes de que la tecnología nos convirtiera en una sociedad indiferente y ociosa crónica.

He perdido físicamente a todos mis abuelos y mis abuelas, pero no hemos perdido su legado. Menos mal que papá y mamá lo mantuvieron vivo... y aquí estamos, usando la ciencia que nos gusta para asegurarnos que no se pierda.

Mucha gente piensa que en tanto más cosas materiales dejes, la herencia será mejor. Claro, mientras dure. Pero la identidad, que no se cuantifica pero sí se percibe, siempre está en franco crecimiento generación tras generación.

Y cuando te das cuenta de éllo, es inevitable que termines cerrando el círculo.

(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)

 

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