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Lun, Abr

Un nuevo volcán nos recuerda tres viejas lecciones

Nelson Peñaherrera
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ERP. Hace una semana, exactamente a las 9:12 de la mañana (hora peruana), un volcán nació en la isla española de La Palma, en el archipiélago atlántico de Canarias, su región más occidental, más al sur y más ubicada en África que en Europa. Material incandescente, quizás a 1100 grados Celsius (once veces mayor a la temperatura del agua hirviendo) comenzó a salir de nueve ‘bocas’ a lo largo de dos grietas. Al cierre, 6400 personas evacuadas, 650 casas barridas del mapa, pero ninguna pérdida humana.

Por Nelson Peñaherrera Castillo

La Palma es una isla seis mil hectáreas más pequeña que la superficie del distrito de Paita, aproximadamente,, con una población de unas 70 mil personas según sus cifras oficiales, o sea, un tercio la que tenemos en el área metropolitana de Sullana, y una crisis que se concentra en unas 240 hectáreas de terreno (más o menos todo Santa Rosa y las dos primeras etapas de Jardín, en la ciudad de Sullana), y creciendo, conforme una capa de lava, que no es propiamente fuego en puridad sino roca derretida mezclada con gases, va avanzando a unos cuatro metros por hora en promedio y una altura que va de los 11 a 14 metros, casi un edificio de cuatro pisos.

La columna de gases que salen de las propias grietas y de la combustión de toda la superficie calcinada ya es otro tema. Los científicos, al cierre de esta columna, la estiman en cinco kilómetros, un poco por debajo la altitud del Misti (Arequipa), y las partículas más finas, aparte de afectar a La Palma, ya están sintiéndose en las islas cercanas. ¿Algo más? Pues que uno de los santos locales es el mismo de la Arquidiócesis de Piura y Tumbes: San Miguel Arcángel.

Dos datos que pueden sorprenderte, si te vas más allá del dantesco espectáculo natural del cono de escorias con su penacho incandescente, que se aprecia mejor de noche (tarde, hora peruana) y que se puede seguir en vivo por la página de YouTube de RTVE Noticias, la televisión pública española, o TV Canaria, la red pública local, es primero la fuerza destructiva que viene de la entraña de la tierra, y segundo que, hasta ahora –y esperemos que se mantenga así—, no hay ni siquiera una persona intoxicada por la emanación de gases.

¿Sigue la cobertura en vivo cada media hora: https://www.youtube.com/watch?v=W9xzkf19NXo ]

Insisto, lo que bota un volcán no es puramente fuego. El fuego es la consecuencia del calor extremo. Usualmente uno de esos fenómenos emiten dióxido de carbono, el gas que resulta de la combustión orgánica, y dióxido de azufre, un gas venenoso y pestilente. ¿Cuán pestilente? Bueno… sin ser tan escatológico… ¿sueles comer frejoles? Ya, algo así pero mucho peor. Sigamos.

Lección 1: Estudiar los antecedentes de manera comparada

Vamos al hecho que debería parecernos interesante de rastrear: la inexistencia –insisto, ojalá así se mantenga—de muertes humanas. Pero antes, visualicemos esto: imagina que estás en un terreno cualquiera y de pronto la tierra se abre y comienza a salir roca fundida y columnas de gas a altísimas temperaturas. Corres por tu vida porque corres por tu vida.

Quien no se lo tuvo que imaginar fue un sujeto llamado Dionisio Pulido en Paricutín, un caserío del estado mexicano de Michoacán, a quien en 1943 un volcán le nació en su propio campo de maíz mientras trabajaba en él. Vivió para contarlo, pero del campo de maíz y del pueblo hoy no queda nada excepto el hecho de que el nuevo cono se convirtió en el volcán más joven nacido en territorio de la ranchera y el tequila… ah, y de Thalía.

Regresando al domingo pasado en las Canarias, inicialmente el flujo de lava que salía del volcán de La Palma (que aún no ha sido bautizado) era de 700 metros por hora, unos 12 metros por minuto, lo que podría darte un corto margen de reacción para salvar lo que puedas si acaso estás en su trayectoria: como todo fluido, siempre irá cuesta abajo por donde halle curso.

No es que el volcán sin nombre apareció por generación espontánea y todos pusieron cara de sorpresa y terror. Bueno, la segunda sí. Revisando un poco de antecedentes, los científicos ya venían rastreando una serie de sismos muy localizados en un mismo punto bajo la tierra y a dos kilómetros de profundidad, Y no eran uno por día o cada dos o tres días; podían ser miles en el lapso de 24 horas.

Para ponerlo en perspectiva, tras el evento del 30 de julio, aquí en Miguel Checa, no tenemos más actividad y los remezones más significativos siempre se han localizado en un rango entre 33 a 34 kilómetros de profundidad, excepto cuanto más al norte se han producido, en que ésta se redujo a 14, con la diferencia que, hasta donde sabemos, la provincia de Sullana, y aún el departamento de Piura, no es zona volcánica; aunque sí tuvo un pasado de ese tipo hace unos 65 millones de años, que aún se puede ver en toda la mitad oriental, hacia la sierra, y por la zona de Lancones que colinda con Ecuador.

En el caso del mexicano Paricutín, que les comentaba más arriba, también hubo aviso. Según la investigación de los geólogos, hubo un periodo de dos años de sismos que se asumieron como cualquier otro sismo en la porción occidental de México, pero no se fue más allá, mejor dicho, más profundo, a pesar de un evento previo hacia 1750 y a 80 kilómetros de distancia: el Jorullo.

Otro volcán célebre, el Vesubio (Campania, Italia), que tuvo esa catastrófica erupción en 79 de nuestra era, y que barrió del mapa cinco ciudades incluyendo la famosa Pompeya, ya venía avisando mediante temblores con 18 años de antelación. Claro, en esa época no había la tecnología de hoy, aunque sí evidencias estudiadas por un científico de esos tiempos, Plinio el Viejo.

Lección 2: Si ya pasó una vez, pasará de nuevo

Y aquí viene el siguiente aspecto: las Canarias son, como las Hawai o las Galápagos (Ecuador), islas de origen volcánico y la actividad ha sido intensa. La última erupción significativa fue en 1971 cuando nació el volcán Teneguía, muy cerca de donde está produciéndose el evento actual, y en 1949 hubo otro evento cercano que dio origen al volcán San Juan. Y en una isla cercana, Hierro, hubo una erupción submarina en 2011.

Y si los canarios siguen retrocediendo, tienen al menos una media docena de eventos en un lapso de medio milenio. O sea, esos pedazos de tierra siguen en formación y seguirán en formación. Incluso hay investigaciones que ya venían pronosticando desde 2009, hace 12 años, que algo podría pasar en la zona conocida como Cumbre Vieja, y las autoridades estaban perfectamente advertidas.

¿Qué quiere decir esto? No solo se sabía de antecedentes sino que éstos han sido estudiados hasta el cansancio. Sobre esta base, el gobierno de Canarias, que sería un equivalente a cualquiera de nuestros gobiernos regionales, tiene dos autoridades especializadas en el tema: una que revisa la actividad del suelo y de sus volcanes (Involcan), y otra que se especializa en actualizar los protocolos (Pevolca) de tal manera que a la menor alerta científica, ya se sabe qué hacer. Algo así como equivalentes pequeños de nuestros Instituto Geofísico y el Centro de Evaluación y Prevención de Desastres.

Entonces, no es que se improvisó sobre el terreno, sino que ya se sabía cómo actuar, dónde actuar y cuándo actuar. Aunque lo que me sigue haciendo ruido, como lo dijo un divulgador científico a TV Canaria a dos horas de iniciado el evento, es que si ya desde hace medio siglo se viene monitorizando una zona caliente en la isla, ¿por qué se dejó que la gente construya en las proximidades? Asumo que eso se evaluará cuando la erupción acabe.

Otrosí antes de traspolar la experiencia a nuestra realidad es que, a diferencia de un sismo simple, que aún es imposible de predecir con exactitud, es que un volcán sí avisa porque basta rastrear los puntitos de choque y en especial su geolocalización y su profundidad.

Cuando el Sabancaya, en Cailloma, Arequipa, entró en erupción hace algunos años, el Geofísico ya venía reportando durante 24 meses previos una serie de sismos muy focalizados y a profundidades inferiores a tres kilómetros. La información no fue secreta sino que estaba disponible incluso en redes sociales. Que no hubiésemos sabido leer los datos, o no nos diera la gana de hacer caso a las advertencias ya es otro tema.

Lección 3: Una información de calidad genera protocolos acertados

Ahora sí, traspolemos este evento a una experiencia recurrente en nuestra realidad como un El Niño. Salvando las distancias (un volcán es un evento muy localizado y su origen es subterráneo), cuando se viene un periodo extremo de lluvias o sequías, la atmósfera suele dar signos de alerta, y el primero ocurre por estos días en la costa oriental de Australia.

Por lo menos la regla que hemos aprendido en el último cuarto de siglo es que si caen aguaceros fuertes en esa zona, es probable que tengamos año seco aquí en esta parte de Sudamérica. ¿Sabemos cómo está el tiempo en el este australiano hoy mismo? Nuevamente, la información no es secreta.

Lo siguiente es cómo se mueven los valores de la temperatura superficial del mar en el Pacífico Central justo bajo la línea ecuatorial, y si éstos se mantienen constantes conforme se acercan a las costas de Ecuador, Tumbes y Piura. Si se elevan, especialmente por encima de 27 grados Celsius, llueve porque llueve, y llueve a cántaros. Si no, podría llover con cierta intensidad pero dentro de los parámetros máximos.

Si no hay elevación, quizás no haya que elevar tanto la guardia. La buena noticia: en Piura sí hay científicos quienes están constantemente vigilando esos datos y algunos de ellos se animan a lanzar pronósticos extraoficiales que, como dije en una columna previa, tienen que ser confirmados por el Estudio Nacional del fenómeno el Niño, el ENBFEN.

Y ojo que esto de pronosticar no apareció con las computadoras y los satélites. Recordemos que los antiguos pobladores del actual norte peruano, cuando veían valvas de mullu (spondylus) demasiado al sur de su límite normal, digamos en lo que hoy es Talara, Paita, o peor Sechura, ya sabían que se venía un El Niño de proporciones catastróficas.

Sobre esa información, lo siguiente que toca a los gobiernos nacional y regionales es abastecerse por si haya emergencia, de tal manera que si se presenta, ya se sabe qué hacer. No se improvisará sobre el terreno. Es decir, prospectamos para prevenir. ¿Lo estamos haciendo? ¿Será posible que si al hacerlo podemos salvar vidas? Miren la experiencia de La Palma hasta lo que va ahora y saquemos conclusiones.

Si bien ellos no pueden evitar que la lava destruya todo a su paso, lo mismo que nosotros no podemos evitar que una creciente de agua se lance con fuerza sobre el terreno, lo que en ambas experiencias sí podemos hacer es prevenir pérdidas humanas. Allí están las primeras lecciones: quien tenga criterio, que tome las mejores decisiones.

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Diario El Regional de Piura
 

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