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Vie, Abr

Nunca aplaudas a mitad de función

Nelson Peñaherrera
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ERP. En verdad, en verdad os digo que la política peruana se parece a aquella célebre caricatura de 1950 intitulada “el conejo de Sevilla” (“Rabbit of Seville”, Warner Bros. Animation) protagonizada por el mítico Bugs Bunny y el no menos mítico Elmer Food, que está basada en un clásico de la lírica mundial, “el barbero de Sevilla” de Gioachino Rossini, que a su vez está basada en una pieza teatral del mismo nombre escrita por Pierre Augustin de Beaumarchais (pronúnciese Bumag’shé).

Por Nelson Peñaherrera Castillo

¡Increíble! Ahora caigo en la cuenta que ver Looney Tunes no fue una pérdida de tiempo muy al margen de lo que pensaran nuestros papás y nuestras mamás en su momento. Digo, elevarte a niveles de análisis culto o tener cierto cariño por la música clásica… eso sí que no tiene precio. O será que antes se hacía otro tipo de televisión… ¡qué viejo soy!

Y eso me trae a la memoria lo que me dijo una de mis profesoras de universidad y ‘coach’ de locución, Gabriela Cruz Cilloniz (por cierto, ¿por dónde andas, Gaby?) cuando, una vez que nos tocó grabar un libreto precisamente sobre el Conejo de la Suerte (aunque lo musicalizaron con la banda sonora de el Rey León, de Disney), me apuntó que la mayor parte de la orquestación de cada una de esas caricaturas está basada en grandes obras de la ópera y la música clásica. Cultura con humor, así cualquiera.

Y de hecho, presumo que adaptar “El barbero de Sebilla” a “el conejo de Sevilla” quizás demandó capacidad de síntesis antes que de análisis; quiero decir, más de una hora de ópera metida en menos de siete minutos de pietaje, y conservar la ironía, el sarcasmo, el ‘timing’ de los ‘gags’, definitivamente lo que nos genera es otra pieza maestra del entretenimiento audiovisual de todos los tiempos.

Sin embargo, lo que hicieron el director Chuck Jones y todo su equipo de animación en Warner Brothers no sigue al pie de la letra el argumento de Rossini, y menos el de Beaumarchais, aunque en el contexto político peruano, sí tiene una gran relación. En efecto, toda la acción se podría resumir en esta secuencia: te persigo, me río a costa tuya, compito por demostrar quién tiene mayor capacidad letal, y decanto todo en un final inesperado. Ya pues, tampoco les voy a ‘spoilear’ el corto… o quizás sí.

Precisamente, la porción de la caricatura que me parece muy parecida a la ídem nacional es esa en la que hastiado de que Bugs lo trate como el hazmerreír de toda la audiencia, Elmer toma su escopeta y amenaza al conejo; pero cuando está por alcanzarlo, el lepórido le saca un cañón estilo Guerra de la Independencia, y en respuesta Elmer le saca otro más grande, entonces Bugs le saca otro más grande (parece que el tamaño sí era lo que contaba), y así desarrollan una breve escalada bélica al ritmo de un ‘allegro’ de Rossini.

Paremos aquí. Tal parece que precisamente la pugna por saber si nos quedamos con presidente o presidenta en este país no solo se va por el lado de quién despliega más argumentos, aunque muchos de ellos sean dislates en modo caída estilo Neymar, mediante alegatos, apelaciones y apuntes, sino que en las calles la consigna parece ser demostrar quién tiene más capacidad mortal: si tú pretendes hostigar a mis partidarios, te saco machete; si tú pretendes decirme corrupta, yo te lanzo una campaña de hostigamiento sistemático al punto de hacerte huír del país. Como diría Bugs: “Me parece que esto significa guerra”.

El problema es que, a diferencia del espectáculo audiovisual de los dibujos animados, lo que se cocina entre los escritorios de abogados y las autoridades electorales, y lo que se despliega en las calles, en realidad más parece un polvorín en el que ninguna facción quiere ceder y a la que el resto de la ciudadanía está obligada a asistir muy al margen de su necesidad de seguir con su vida, ver cómo saca adelante sus cosas, y seguir trabajando para pagar las cuentas del mes.

Por cierto, en toda la metáfora, no entiendo qué papel juega el Congreso, en el que por enésima vez se plantea una moción de censura a la Mesa Directiva, la que, si se aprueba, saca del poder al presidente Francisco Sagasti (puesto por el Legislativo) a un mes y una semana, o menos, de que se haga la transición presidencial. No sé. Si lo traspolamos al entorno Looney Tunes, podría ser una especie de Pato Lucas… solo que en la caricatura que estamos analizando, Lucas no asoma el pico ni por asomo.

Y justamente regresando al corto animado, como les decía arriba, es una adaptación de una adaptación de una obra original que en esencia destaca y critica cómo las pugnas de poder de unas personas sobre otras son fáciles de doblegar ante la fuerza del dinero.

De hecho, la obra de Beaumarchais se estrenó en París, Francia, en 1775 (un año antes que los estados Unidos proclamen su independencia del Imperio Británico), y en pleno descontento por las formas cómo la monarquía imperante dilapidaba los recursos del pueblo viviendo en una especie de burbuja mágica, que les aislaba de las privaciones, el hambre, la crisis.

Y tan encandilada estaba la corte que, cuenta la anécdota, la reina María Antonieta se entusiasmó por la pieza cómica que pidió ser representada en el Pequeño Trianón, una estancia del gran Palacio de Versalles, el símbolo de la opulencia de aquella época que desembocó en la revolución de 1789 y sus posteriores masacres, que acabaron casi entrando el siglo XIX. Me perdonan, pero no tengo el análisis romántico que algunos le dan a ese episodio de la Historia Universal porque se pasó del abuso al terror.

Así fue cómo Beaumarchais decidió que antes de lanzar una crítica dramática, lo mejor era representar una farsa, estilo que luego Manuel Ascencio Segura emuló generosamente en nuestra criolla “ña Catita”, y que Rossini supo capturar magistralmente en sus famosísimas arias. No, pues, el plato para los creativos de la Warner estaba servidito, pan comido, y pusieron todo el peso escénico en su figura-bandera: Bugs. ¿Será que lo que nos buscaban criticar a través de ese humor es que precisamente, cuando nos involucramos en escaladas de cualquier tipo, en lugar de apaciguar las cosas tratamos de pasarle aplanadora al contrincante?
Sea la comedia original, sea la pieza lírica, o sea el dibujo animado, quizás lo que Fígaro, el barbero, nos trata de decir con su personaje es que somos patéticamente histriónicos, cómicamente insufribles y ‘facilonamente’ sobornables. ¿Podremos entender el mensaje? ¿Seguiremos amenazando al oponente para ver quién “lo tiene más grande”? ¿O lo resolveremos al estilo Bugs, con una caja de bombones y un anillo de compromiso? Es hora de reconectar con esas risas de nuestra niñez que deberían ser las lecciones de nuestra madurez. O como diría el conejo: “Next?”

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Diario El Regional de Piura
 

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