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Vie, Abr

No es mala idea cerrarlas… aunque no necesariamente por la Covid

Nelson Peñaherrera
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ERP. Agua Dulce es una popular playa del circuito de la Costa Verde, en el litoral de Lima Metropolitana sobre la que se extendió una regla por Navidad: la gente podía ir, nadar, estar en la arenita, pero no consumir ni alimentos ni bebidas de ningún tipo. Además se controló el aforo y se obligó el uso de la mascarilla y la práctica de la distancia social. Era una manera de disfrutar un día junto al mar disminuyendo el riesgo de contagio por la Covid-19.

Por Nelson Peñaherrera Castillo

Aunque la segunda ola parecía remitir del todo en Perú, la llegada de la variante Ómicron hizo que las autoridades teman la tan anunciada tercera ola, que las vacunaciones aparentemente postergaron desde que el ministro Hernando Cevallos tomó el cargo a fines de julio de 2021, y no se cansó de anunciarlo un día sí y otro también aunque las cifras lo desmintieran.

Según el monitoreo de Salud, en promedio por cada diez habitantes en todo el territorio, siete tienen una dosis y seis tienen la pauta básica. Para hablar de una improbable inmunidad de rebaño (debido a las mutaciones que teóricamente se están disparando entre quienes no se vacunaron o rehúsan a hacerlo), se exige que nueve por cada diez tengamos pauta completa. Y como señalan especialistas, esto significaría tener tres dosis (las completé justo el 31).

Como una nota curiosa, mientras aquí en Perú seguimos saliendo de la segunda ola, en Europa están saliendo de una quinta y entrando a una sexta con casos diarios disparados a cientos de miles como en Reino Unido. En Sudamérica, el epicentro por ahora parece ser Argentina, donde los infectados nuevos diarios superan los 40 mil. O sea, mientras más glamour luces, más riesgo de que te dé. ¿O no, queridos futbolistas europeos? Sigamos.

Actualmente la variante Ómicron, surgida en Sudáfrica y Botswana (África), afecta a más de 80 países, y en Perú ya se ha detectado tanto en Lima Metropolitana como en la ciudad de Bellavista, aquí en el área metropolitana de Sullana; además, Áncash. Los casos están estables, se han presentado en personas con pauta básica de vacunación y, por ahora, no requieren hospitalización.

Sin embargo, el Ministerio de Salud ha aclarado que aún la variante prevalente en Perú es Delta que, en realidad, la arrastramos de la segunda ola cuando recién nos comenzábamos a vacunar; así que nada descarta que, como en otros países, Ómicron pueda tomar la delantera debido a su contagio más veloz.

Nuevamente, los no vacunados están en mayor riesgo.

A pesar de que todo parece estar en orden, indicadores como un aumento en los infectados y las hospitalizaciones (7 camas ocupadas por cada 10 disponibles hasta la última semana de 2021 solo hablando de Piura), urgieron a las autoridades no solo a abrir los vacunatorios para las dosis de refuerzo o terceras dosis, sino reducir el tiempo de espera entre la segunda y la tercera de cinco a tres meses.

Adicionalmente, se ha dispuesto que presentemos carnet de vacunación para ingresar a espacios de atención al público sean públicos o privados, especialmente los cerrados bajo techo; y debido al inicio de la temporada de verano, se comenzó a ver las playas con temor de que influyeran en la gestación de esa tercera ola.
Por eso comenzaron a idearse o se continuaron diversas restricciones para el uso de esos espacios (por extensión, cualquier restricción que representara cercanía a un cuerpo natural o artificial de agua) invocando el control sanitario, y agua Dulce fue uno de los afectados.

Todo parecía andar bien durante la mañana de Navidad hasta que en algún momento, una multitud se coló por una pared que funciona como cerco, y cual avalancha humana tomó el espacio sin que las autoridades pudiesen hacer nada. Cuando el jolgorio terminó, Agua Dulce era un asqueroso muladar: botellas de cerveza vacías, restos de comida en sus envases, bolsas plásticas, pañales usados… en fin, basura por donde caminaras.

Parece que existe una tradición peruana respecto a cualquier espacio de uso público, ya sea natural o habilitado para el disfrute de la población: mientras no veamos que queda cochino, creemos que no se ve bonito. No sé. Es como si en nuestro cerebro, en lugar de lóbulos, venas y arterias, sin contar la materia gris, hubiese un pozo séptico a punto de desbordarse. De otro modo no se explica por qué lo transferimos a playas, parques, calles, salones, y siguen firmas.

El hecho es que, hablando solo del caso peruano, las personas somos las mayores, o quizás las únicas, destructoras de un ecosistema que a nosotros nos sirve mayormente como entretenimiento, pero que para otros humanos, y en especial una gran comunidad de seres vivos que no hablan, ni escuchan cumbia, ni menos escriben columnas, es su sustento de vida.

Cerca de la ciudad de Paita, aquí en Piura, está… mejor dicho, estaba la playa Las Peñitas. Es decir, sí está, pero está hecha una porquería completa. El lugar que hasta hace 20 años atrás era un sitio de solaz, donde varios niños y jóvenes aprendían a nadar, donde las personas iban a tomar sol, ver el mar y disfrutar el paisaje, ahora es un basural: residuos sólidos por doquiera y más allá los restos de la actividad pesquera artesanal como ‘complemento’ a tan desabrida decoración.

Según entiendo, incluso las autoridades ya tiraron la toalla en su esfuerzo de mantener limpio el lugar. Lo que se recoge ahora, está nuevamente lleno de basura poco rato después. Entonces, salvo que Paita desee vivir del turismo de la inmundicia (que no sabemos a quién beneficia), definitivamente no está haciendo mayor esfuerzo por descontaminar la bahía, de la que todo el mundo se rasgó las vestiduras de que está imposible de vivir, que huele mal, que las empresas, etc.

Si vives en Paita y estás preparándote a culpar a tus autoridades y las empresas asentadas ahí del desastre, sí, tienes razón; pero, ¿cuál es tu autoridad moral para decirles “cochinos” si tú eres la primera persona que ensucia no solo la playa sino cualquier espacio de uso público?

Bueno, y si eres uno de esos pocos bichos raros que se llevan los desperdicios para botarlos donde se debe, tranquilo, tranquila, puedes caminar con la frente en alto. Bienvenido, bienvenida a la civilización del siglo XXI. Nada más, cuidado vayas a pisar… bueno, ya sabes.

Yendo en ‘macro’, la suciedad en otras playas no solo del resto de Piura, ni del Perú, sino de cualquier lugar del planeta que entienda el castellano y sufra el mismo problema, únicamente no se trata de una mala gestión local o nacional; se trata de una dejadez general, una abstinencia de compromiso ciudadano, carencia de amor propio, escasez de orgullo. Y ojo que esto no lo trajo la Covid; ya lo venimos arrastrando de décadas.

Regresando al caso peruano, el gobierno cerró todas las playas de cualquier tipo (menos las de estacionamiento) durante la víspera y el día de Año Nuevo como una medida para contener contagios por la Covid-19. No hay evidencia médica sólida que indique que esto reduce las infecciones desde que son espacios abiertos y aireados, salvo que un contagiado te hable o te tosa en la cara sin protección alguna, y para tu mala suerte, el aire lleve ese aerosol a tu nariz o boca.
Pero desde el punto de vista ambiental, la medida es un gran alivio. Si por un par de días una playa puede librarse de la suciedad, la verdad que la norma es buena, óptima. Es más, debería crearse un registro nacional de cochinos playeros, y como los violentos en los estadios europeos no pueden ingresar de por vida a un recinto deportivo, igualito acá.

Y si alguno quiere saltarse la cerca sin permiso, una inhabilitación como esa que te imponen cuando eres omiso a la votación o a ser miembro de mesa, o como los puntos menos en la licencia de conducir. Ya si con eso no entiendes, que se vea la forma de aplicarte el Código Penal por ensuciar donde no debes. A ver qué vas a hacer con un certificado de antecedentes positivo. Lo malo es que si en el régimen y el Congreso más pesa prontuario que hoja de vida, como que no tenemos muchas esperanzas, ¿no?

Por supuesto que las cámaras de comercio y de turismo no estarán de acuerdo conmigo, pero les pregunto esto: ¿en un afán de reactivar la economía en las cadenas de valor se considera disculpar la falta de civismo de quienes usan las playas y afines? ¿Una playa sucia no ahuyentaría turistas, más bien? Si su respuesta es sí, perdonen, yo no soy el problema.

Si los peruanos y las peruanas desgraciadamente queremos ser tratados y tratadas peor que bebitos, ni modo. Aquí sí se aplicaría ésa de que nos merecemos de regreso todo lo que damos, incluyendo la basura que tiramos en cualquier lado peor que animalito… y ni los animalitos son tan cochinos como nosotros, déjame decirte.

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Diario El Regional de Piura
 

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